Sentada en el sofá, mientras me recupero del segundo catarro del otoño, entre fiebre, tos y dolor de garganta, leo, escucho y veo lo mismo una y otra vez: la culpa de todo siempre la tiene el otro; da igual si hablamos de corrupción, de epidemias, de mala gestión… entre los que estaban y no sabían, los que sabían y permitían y los que sin saber hacían ¡estamos apañados!

 

1. No todo es justificable.

Resulta difícil asumir los errores, reconocer que tal vez nos hemos pasado de listos, que tal vez hemos bajado la guardia y hemos subido el nivel de tolerancia ante todo lo que antes nos parecía intolerable. 

Justificar nuestros actos siempre y en todo lugar, puede llevarnos a una espiral en la que perdamos pie y norte.

Por desgracia el todo vale no roza sólo a las grandes esferas; encontramos situaciones a pie de calle, al nivel organizativo más bajo, en el día a día.

Y por desgracia también, se percibe un hastío y permisividad, una cierta anestesia que acepta lo que hay, aunque lo que haya no guste e incluso incomode.

 

2. Las organizaciones (también las tóxicas) las hacemos las personas.

En estos días de mantita, caldito y cuidados he vuelto a revisar algunos vídeos de Iñaki Piñuel, sin duda pionero en nuestro país en el estudio del mobbing y de todos ellos me quedo con una entrevista en la que hace ya algunos años hablaba de organizaciones tóxicas.

Las organizaciones las hacemos las personas y cuando hablamos de ese tipo, esas cargaditas de riesgos psicosociales, son por tanto las personas con su hacer y no hacer las que inoculan la toxicidad, con decisiones, silencios, miedos y desmotivación.

Piñuel expone que, aunque esto ha existido siempre, se ha incrementado por la crisis o más bien con la excusa de la crisis.

 

3. Mirar hacia otro lado no va a acabar con las injusticias

En determinados ambientes (aunque he de reconocer que cada vez me llegan más casos de sectores totalmente diferentes donde la pauta se repite) ha aparecido y reproducido como setas una nueva estirpe: los killers, auténticas armas de destrucción masiva organizativas.

Personajes sin escrúpulos, y con una ambición desmesurada que harán lo que sea (aunque sea el trabajo sucio) para conseguir y asegurar lo que consideran suyo.

La gente tiene miedo: miedo a perder el trabajo, miedo a hablar y a poner de manifiesto lo que no le gusta de cuanto acontece a su alrededor, a decir No bien alto y bien claro y ese caldo de cultivo ha permitido, por una parte, que estos personajes escalen hasta los puestos más altos o no tanto, para poner en práctica la limpieza étnica y poner de moda «el que no rinda a la calle» y el famoso «o conmigo o contra mi» y por otra, que se mire hacia otro lado y sin rechistar cuando las cosas se ponen feas, no vaya a ser que se ocupe el siguiente lugar en la lista de elegidos para el exterminio.

No se ve, no se escucha, no se habla…así se sobrevive, entre sombras.

El poder lo otorgamos de muchas maneras, entre ellas practicando el silencio, el silencio de los corderos.

Claro que ¡quién quiere ser Juana de Arco!

La hipoteca, el cole de los niños, el abismo del paro y la exclusión…. demasiado por perder y muy poco que ganar.
¿Dignidad? Sí, pero con eso no se come, diréis mucho de vosotros.

Mejor mirar hacia otro lado y seguir subsistiendo que ya vendrán tiempos mejores.

 

4. Cómo educar en valores si alrededor se instala el «todo vale»

Creía firmemente en la meritocracia, por eso supongo que ver cómo se esfuma, cómo cada vez con más descaro deja de servir, cómo descubrir que vale incluso lo que nunca debió valer, me genera un malestar interno y preguntas que lanzar al exterior:

  • ¿Cómo educar a nuestros hijos en valores, rodeados de mensajes en el que el más listo es el que consigue lo que quiere pese a quien pese?
  • ¿Cómo pedir esfuerzo y tesón cuando tienen alrededor quienes buscan y encuentran atajos para alcanzar el poder?


Difícil, pero no pienso tirar la toalla.

 

5. No siempre vale el «ponerse de perfil»

Soy de las que opina que la realidad se puede cambiar; llevo intentándolo toda mi vida, y ese espíritu guerrero me ha permitido cambiar pequeñas, pequeñísimas cosas, y sufrir, sufrir mucho e injustamente. Pero mereció y merece la pena, al menos para mí sí.

Sinceramente espero que algún día dejemos de ser permisivos con políticas, conductas y acciones que matan organizativa y socialmente, y apostemos con contundencia por el desarrollo de un liderazgo saludable.

Todos somos responsables, no miremos hacia otro lado.

 

R E C U E R D A

Permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen. Willy Brandt Share on X

 

 

Reedición del post «El arte de echar la culpa al otro» publicado el 11 noviembre 2014 en la versión Blogger.

Imagen de wayhomestudio en Freepik
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