La mayoría de nosotros vivimos circulando por una autopista de cuatro carriles (para qué vamos a conformarnos con la clásica de tres); siempre a velocidad máxima por el de la izquierda, el que deberíamos utilizar sólo para adelantar en momentos puntuales. Ir a menos de 150 Km. por hora es de flojos; los fuertes emplean todo su tiempo en múltiples actividades. ¡Oye y parece que todas las hacen bien!

 

No podemos frenar

Pisamos el acelerador tantas veces a lo largo del día con o sin motivo, que nuestro pie se ha quedado pegado literalmente al acelerador. No podemos frenar. Se nos ha olvidado cómo hacerlo.

Da igual si realmente existe la urgencia. Si no existe nos la inventamos. Enviamos a nuestro cerebro las órdenes oportunas para que todo, absolutamente todo, sea visto desde la perspectiva de lo prioritario. Tiene que estar, y tiene que estar para ya.

No somos conscientes de la velocidad que imprimimos a nuestra existencia, hasta que nos paran, para bien o para mal.

Quedémonos con un ejemplo de «parada positiva»

 

Parada positiva: el periodo vacacional

Claro que para llegar a disfrutar de las vacaciones – como decía la profesora Coco en Fama aquella serie mítica – hay que aprender a ganarlas con sudor. Absurdo ¿no?

Pues eso, es decir en la oficina que te vas de vacaciones – da igual que sea un mes o unos días de descanso-  y se activan todas la alarmas como si de una fuga radioactiva se tratara; estamos acostumbrados a escuchar dentro de las organizaciones que nadie es imprescindible pero sueltas las palabras mágicas «me marcho de vacaciones» y  los temas se acumulan, los clientes te llaman y quieren que les resuelvas sus dudas para antes de ayer, los informes que nadie quería, ahora son vitales tenerlos antes del día D… en fin, aceleramos, nos quedan pocos días para ser libres.

La víspera de ese día D la presión se incrementa aún más si cabe. Tras horas agotadoras, sales de la oficina con la corbata desanudada o los tacones sustituidos prácticamente por unas chanclas y llegamos a casa derrotados.

Los niveles de reservas hace días que se agotaron, pero pisamos nuevamente el acelerador: a primera hora de la mañana hay que coger el vuelo o iniciar la ruta que nos aleje de la jungla en la que vivimos… un poquito más de velocidad ya no importa.

 

Agotados y estresados

Así comenzamos nuestros días de libertad condicional, agobiados, estresados, pasados de revoluciones y hechos una piltrafilla. Nos ponemos el atuendo de veraneante y las primeras jornadas nos arrastramos por la arena como los moluscos. El agotamiento ha llegado a su nivel álgido. Pero, aun así, no podemos descomprimirnos:

Si vamos al supermercado, nos quejamos de la señora del carrito que se para cinco minutos a elegir con parsimonia entre la bandeja de pollo o los filetes de ternera «Qué pasa, ¿no tiene otra cosa mejor que hacer?»

Si nos sentamos en una terraza frente al mar, en vez de disfrutar del tempo lento de la vida veraniega, nos llevan los demonios si esperamos más de diez minutos sin que el camarero haya venido a tomar nota. «¡Es tremendo! ¡Qué barbaridad! Dos minutos más y me levanto».

Si elegimos dar un paseo, nuestro paso de urbanitas descompuestos choca con el del resto que en fila de dos o tres personas disfrutan de una charla animada mientras caminan «¡Señoras… no bloqueen el paso!»

Patético, tal vez exagerado, pero próximo a lo que vivimos o sentimos un gran porcentaje de nosotros esos primeros días. Confesarlo es otra cosa.

Necesitamos al menos entre una semana y diez días para desajustar el programa preinstalado en nuestro interior, y claro cuando inicias la desintoxicación, cuando consigues olvidarte del reloj y las prisas, debes regresar y esperar un año para volver a ser libre.

 

Esto no es sano

Vivir en permanente alerta además de alejar de nuestra vida muchos momentos importantes y felices que no atrapamos por las prisas, mantiene nuestro organismo en un estado de alerta que nos pasará factura.

Gestionar la vida desde la urgencia es tremendamente triste. Gestionar equipos desde esa perspectiva, ineficaz.

Como en toda adicción, de ésta hay que desengancharse o al menos intentarlo.

Ahora que las vacaciones han terminado para la mayoría, no está de más incluir en nuestro día a día ese «Kit Kat» que hemos incorporado durante unos días a nuestra existencia: ralentizar nuestro paso, usar más el freno e intentar dar a las cosas que nos rodean la importancia justa.

No todo es urgente, o tal vez lo sea, pero dentro de la urgencia deben existir escalas y en los últimos escalones no es aconsejable situar sistemáticamente el disfrutar de lo que realmente da sentido a nuestra vida.

 

R E C U E R D A

Cuando no podemos encontrar tranquilidad dentro de nosotros mismos, es inútil buscarlo en otra parte -François de La Rochefoucauld Share on X

 

 

Post publicado inicialmente el 29 de agosto de 2012 en la versión Blogger

 

Fuente de imagen: creada por wayhomestudio - www.freepik.es
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