Tal vez te sorprenda el título de esta entrada. Dame tiempo y te lo explico. Elsa Punset en su libro «Una mochila para el univers nos habla de por qué los humanos necesitamos cotillear y la función social tan importante que este hecho (dentro de unos límites) tiene.

Seguramente habrás visto en algún documental cómo los primates pasan sus horas de asueto limpiándose de pulgas y piojos los unos a los otros. Además de necesitar el contacto físico, los primates necesitan socializar, y ellos, a falta de un lenguaje que les permita dar al palique, utilizan esas rutinas para sentirse integrados en el grupo.

 

Los humanos disponemos de una potente herramienta de socialización: el habla

Según Robin Dunbar «los humanos cotilleamos porque tenemos grupos sociales más amplios que los demás primates, así que hemos tenido que desarrollar un método más eficaz para estar en contacto con el resto del mundo (…) el habla»

Si quitamos al cotilleo toda carga negativa, según la autora, su función principal es diseminar información en nuestro entorno en un baile de te doy y me das, confío en ti y por eso te cuento, como tú puedes confiar en mi si me cuentas. Es decir, el intercambio de información nos ayuda a sentirnos integrados y conectados a nuestra red de contactos, a nuestro entorno.

 

Lo tenemos programado en los genes

Necesitamos sentirnos parte del grupo, a salvo. Lo tenemos programado genéticamente; del hecho de formar parte de la tribu, dependía la supervivencia en la época de las cavernas: la información sobre la caza, los posibles peligros… el grupo lo era todo, si te excluían y te apartaban, directamente morías.

Las cavernas han desaparecido, pero no así nuestra necesidad de ser aceptados por el grupo y de sentir que, si nos apartan, moriremos (socialmente, claro). Por eso el flujo de información dentro del mismo sigue siendo de suma importancia; hemos cambiado la información sobre la caza por el «¿te has enterado de…?».

De hecho, cuando en un grupo se quiere excluir a algún miembro ¿qué es lo primero que se hace? Normalmente se corta toda comunicación con el individuo, se le aísla informativamente, dejamos de suministrarle cotilleos (no compartimos ni los grandes ni los pequeños), lanzando un mensaje claro y contundente: ya no formas parte de este círculo. Así la persona excluida «se siente aislada y rechazada, se encienden todas las alarmas porque no sabrá dónde le acechará el peligro ni qué oportunidades podrá perderse»

Atentos pues a esos cortes de información, por sutiles y banales que nos parezcan.

 

No te deslices o acabarás solo

Una cosa es utilizar información para obtener información (cotilleo sano) y otra bien distinta es inventarse hechos, rumores o situaciones y utilizarlos para hacer daño a otras personas a las que puedan considerarse enemigos.

La buena noticia es que este tipo de práctica, aunque no lo creas, es penalizada; aquellos que utilizan el cotilleo de mala baba de manera permanente acaban por ser, tarde o temprano, excluidos del grupo, produciendo el efecto contrario al esperado.

«Cuando nos encontramos ante una persona que sistemáticamente adorna su discurso con cotilleos, con dimes y diretes y, lo que es peor, con críticas directas hacia otras personas (un día es uno, otro día es otra… no se salva nadie) directamente dejamos de escucharle. Nos desconectamos. Queremos que la conversación termine, porque sabemos que esa persona más pronto que tarde comenzará-si no lo ha hecho ya- a hablar mal también de nosotros» (Mentoring Me!: Recursos de autoliderazgo para aplicar en tu día a día)

 

Ahora entenderás el título del post, porque para socializar y sentirnos seguros, parte de un grupo, a falta de pulgas, siempre nos queda el cotilleo (con mesura, no te deslices) 😉

 

R E C U E R D A

Sólo hay una cosa en el mundo peor que estar en boca de los demás, y es no estar en boca de nadie #cita #quote Oscar Wilde Share on X

 

 

Fuente de imagen: www.freepik.es
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